viernes, 18 de julio de 2008

Torrecillas

Corría 1973, Gran Capitán, mi amigo Antonio Torrecillas, jefe de comedor y yo, éramos muy amigos, amigos en un principio circunstanciales pero que con el tiempo, amigos de verdad.
Ya me había invitado a ir a su pueblo, Peal de Becerro, conocía a su estupenda familia y a su delicada novia Rosi.
En un momento determinado mi amigo se puso nostálgico y deseaba ver a su novia. La situación era una utopía dado el régimen que teníamos en el colegio y que salvo por un motivo importante, no había forma de tomarse unos días parair al pueblo.
Yo generé el motivo importante, se lo propuse y aún sin valorar en demasía el riesgo lo puse en marcha.
Una mañana me desplacé a la Córdoba andando por la vía del tren, faltando a las clases y de incógnito. Desde la primera cabina de teléfono que encontré llamé al director del colegio, el padre Vilchez. Me identifiqué como el padre de Torrecillas manifestándole que la madre estaba muy mala y que esperamos lo peor. Era necesario la presencia del hijo. Con esa edad, no se la voz que yo tendría para imitar al padre.
No hubo ningún problema, el padre Vilchez lo entendió y autorizó su salida.
Cuando llegué al colegio, harto de vía y acojonado por las posibles repercusiones si me trincaban, mi amigo ya había preparado la maleta.
Vilchez me informó de su partida no se si como que era mi amigo o como jefe de colegio. Evidentemente me asombré y lo sentí, coló perfectamente.
Mi amigo estuvo una semana con su novia y a su vuelta, su madre estaba totalmente recuperada.
Posiblemente esta anécdota hubiese supuesto expulsión o una buena regañina, pero por un amigo se da la cara, aunque te la puedan partir. Eso que se llevó.
A su memoria.

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